Capítulo 111
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“Es una rareza encontrar a una mujer tan impresionante, y no pienso desperdiciarla“, Rubio estaba emocionado. “Solo estaba esperando que el jefe dijera eso“.
Aunque no podia ser el primero en actuar, si seria el primero en desvestirse. Ese tipo de beneficio solo lo tenía él. Rubio, tragándose la saliva, se acercó para intentar quitarle la ropa a Soraya. Pero apenas la tocó, ella lo agarró de la mano, la torció y luego le dio un giro.
“¡Ahh!“, Rubio, completamente desprevenido, gritó al instante. Su grito resonó por todo el salón privado.
Calvo, al ver lo sucedido, frunció el ceño y les hizo señas a sus otros tres compinches. Dos de ellos se llevaron a Rubio, con la mano rota, a un lado, mientras que los otros dos se acercaron decididos a encargarse de la mujer. Uno de los matones, con arrogancia, le dijo: “Maldita, si no aceptas un trago, tendrás que aceptar un castigo, ¿cómo te atreves a herir a nuestro hermano? Esta noche todos nosotros te vamos a hacer pagar“, y se acercó amenazante, pero Soraya le lanzó una sonrisa radiante, y él de repente se sintió desarmado. “Yo… yo también puedo ser gentil contigo“, Calvo, impaciente con él, lo apartó. “Quitate, yo me encargo“, y empujó al otro matón a un lado y su mirada hacia Soraya se suavizó involuntariamente.
*Belleza, solo sé dócil conmigo. Esta noche te haré tocar el cielo“.
Soraya, con el rostro sonrojado y una mirada coqueta, era demasiado tentadora. En ése momento, cualquier hombre perdería la cabeza al verla.
Nayra no tenía idea de lo que estaba pasando; seguía murmurando, incluso comenzó a tironear de su propia ropa, como deseando deshacerse de ella por completo. Calvo, lamiéndose los labios, estaba completamente hipnotizado: “No te apresures, querida, estal noche también te trataré bien“.
Esas dos mujeres eran, sin duda, las más espectaculares que había visto. Calvo, ansioso, empezó a desnudarse y se lanzó hacia Soraya sin pensarlo dos veces.
Pero ella, con la visión borrosa y sin poder ver claramente quién se acercaba, lanzó una aguja de plata basándose en el sonido de sus movimientos y luego lanzó una patada. La patada aterrizó justo en las partes bajas del hombre.
“¡Ahh!“, él cayó al suelo, desnudo y cubriendose entre las piernas. Se retorcia de dolor, sudando frío por todo el cuerpo.
Al ver a su jefe derribado, los otros tres matones ya no se atrevieron a subestimar la situación. Ya no trataron con cuidado a ninguna de las dos mujeres.
“Maldita sea, esta mujer no sabe lo que es bueno para ella. Hermanos, vamos todos. Ustedes dos encárguense de esa salvaje. Yo me encargo de la otra, esta noche las acabamos para vengar al jefe y al hermano“, los tres se repartieron las tareas sin
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distracciones.
El que había ido a por Nayra, sin esfuerzo, la inmovilizó bajo él. Riendo con arrogancia, le dijo: “Jajaja, esta es más fácil de manejar“.
Nayra se retorcía incómodamente: “Suéltame…”
Ella debería haber guardado silencio, porque su voz sono casi como una invitación: “Jajaja, te soltaré cuando haya terminado, querida“.
Pero los que se enfrentaron a Soraya, apenas la pusieron en el suelo, ella los golpeó fuertemente con la cabeza hacia arriba y con un rápido movimiento, golpeó en los ojos de uno de ellos.
“¡Ahh!“, uno gritó de dolor, cubriéndose los ojos. El otro, sorprendido por el golpe, aflojó su
agarre.
Soraya aprovechó para liberar una mano y lo tocó rápidamente en varios puntos de presión. Y entonces ese hombre cayó al suelo, debilitado. Ella lanzó otra aguja de plata, y el que tenía los ojos dañados cayó instantáneamente. Mientras que el matón con la mano rota, ignorando el dolor, agarró una botella de licor y la lanzó hacia ella: “Maldita, te subestimé“.
Ella, esquivando los golpes y aún desorientada, sintió la corriente de aire y giró su cabeza, rodando hacia el matón que estaba encima de Nayra. Pero ese matón le lanzó una botella, pero la botella falló y chocó contra la mesa, rompiéndose y esparciendo vidrios por doquier. Entonces tomó otra, lanzándola. Para él, solo tenía que dejar a Soraya inconsciente. Pero en el último segundo, ésta, con todas sus fuerzas, jaló al matón que estaba sobre Nayra y lo empujó hacia adelante.
Una botella golpeó la cabeza del matón, dejándolo sangrando profusamente. Aprovechando la confusión, Soraya lanzó dos agujas de plata más, tumbando a los dos hombres, y con dos golpes sordos ambos cayeron al suelo, sus cabezas golpeando contra los fragmentos de vidrio rotos. Un momento después, comenzó a brotar sangre fresca.
Nayra, fuera de sí, se agarró de Soraya, frotándose contra ella: “Estoy ardiendo, ayúdame“.
Soraya le acomodó la ropa, que había sido rasgada.
“Ayúdame, casi me matas“, el calvo yacía en el suelo, viendo cómo se le escapaba la presal que creía tener asegurada. El dolor en su parte baja era tan intenso que no podía moverse. Y cada vez que intentaba, una punzada en el pecho le recordaba la agresión sufrida, como si cada movimiento desgarrara su pecho aún más.